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8 de febrero de 2015

Sufrimiento y gloria del Torero Pirata*

Apuntes sobre la Fiesta Brava en el Perú


Por Grace Gálvez Núñez

Así como se logró la prohibición internacional a la milenaria caza de ballenas de Japón, la tradición taurina también corre peligro de desaparecer. Se torna necesario, entonces, explicar a detalle en qué consiste esta costumbre heredada de los españoles y que se practica con fervor a lo largo y ancho del Perú.
La primera corrida de toros en Lima se llevó a cabo en 1538, dos siglos antes de que se construya la monumental Plaza de Toros de Acho. Los primeros toreros peruanos eran negros esclavos o liberados, y destaca entre ellos Mariano Cevallos, alias el Indio.
Junto a su amo, Cevallos viajó a España y allí triunfó por su temeraria valentía, que quedó registrada para siempre nada menos que en las estampas del pintor y grabador español Francisco de Goya.
En un inicio, la fiesta taurina se celebraba en la Plaza de Armas de Lima, hasta que en 1766 fue erigido el colosal coso de Acho, llamado también Catedral del Toreo del Nuevo Mundo. La primera corrida se festejó el 30 de enero de aquel año, siendo el primer toro lidiado «El Albañil», hermoso bicho de pelo blanco, procedente de la hacienda Gómez, de Cañete.
Cabe resaltar que la plaza firme de Acho es la tercera más antigua en el planeta. La anteceden solamente la Real Maestranza de Sevilla (1761) y la plaza de Zaragoza (1764).
En esta plaza limeña han desfilado los mejores toreros de la urbe y aquí es menester recordar que la colectividad peruano-japonesa cuenta con un gran exponente de esta cultura: el matador Ricardo Mitsuya Higa, quien tomó la alternativa en España en agosto de 1970 y vino a la Feria del Señor de los Milagros para demostrar su arte y su torería.
En el Perú se cuentan más de 110 plazas firmes, así como algunos ruedos improvisados. Se puede decir entonces que la tauromaquia es la fiesta de un buen número de peruanos, que no distingue raza ni condición social.

DE PROFESIÓN, TORERO
«Hay una vieja casta de hombres bravos: se les llama toreros y nacen con una ornamental vocación de morir. Ellos, agonistas de su juego mortal e innecesario, en este mundo sin religión ni héroes, los únicos que prolongan el sentido del rito bajo el sol, con una auténtica liturgia que tiene como coro el pueblo entero», escribió con sapiencia el historiador español Ángel Álvarez de Miranda.
Ser torero, sin duda, es una profesión peligrosísima, en la que el hombre se enfrenta a la bestia en un duelo a muerte. A lo largo de la historia hemos visto cómo grandes matadores han muerto en el ruedo, como por ejemplo Joselito, Manolete, Paquirri y El Yiyo. Y muchos otros han quedado marcados para siempre, como sucedió con Juan José Padilla.
«He disfrutado mucho de mi carrera, pero también he sufrido y he visto de cerca la muerte en las más de 30 cornadas que lleva marcado mi cuerpo, unas cuantas de ellas durísimas, como sucedió el 2011 en la Feria de Zaragoza», narra Padilla recordando la cornada del toro Marqués, quien le hizo ganarse el apelativo de Torero Pirata.
«El toro Marqués no engañó a nadie, desde que salió demostró su carácter violento y fue desarrollando sentido a lo largo de la lidia (…) Cogí con rabia los palos, lo provoqué, y me fui desde las tablas al césped para encontrarme con él, y allí estaba Marqués, cumplió con su obligación, y Padilla, como tantas veces, también cumplió con la suya, aunque a costa de mi rostro destrozado y descolgado que intentaba recomponer con mis manos, suplicando por mi mujer y mis hijos», expresa.
El asta del animal atravesó su rostro, ante la mirada aterrorizada de sus compañeros. En las imágenes espeluznantes de aquel día se aprecia el globo ocular del torero fuera de órbita, a consecuencia del pitonazo que atraviesa la cara desde el plano posterior de la mandíbula, bajo el apéndice auricular izquierdo. «¡No veo, no veo!», gritaba Padilla camino a la enfermería.
«Me tocó de nuevo bajar al infierno de los quirófanos, en donde se operan las carnes, pero no las almas. (…) Al salir del hospital había perdido 18 kilos, perdí la visión del ojo, la audición; tenía la mandíbula desencajada y la lengua dormida sin poder comer; tenía problemas de equilibrio, una severa asimetría en el torso, dolores terribles y un constante zumbido en el oído que aún voy perdiendo», asevera.
Padilla estuvo en Lima este 2014, en la última temporada de la Feria del Señor de los Milagros, y ofreció una conferencia en la que contó toda su experiencia taurina. «He venido a contarles cosas de mi gran pasión, que no es otra que la de vestirme de torero cada tarde y poder disfrutar de esta bendita profesión a la que amo más que a mi propia vida», confiesa.
El Torero Pirata nunca la tuvo fácil, hizo un largo recorrido para llegar a convertirse en el Ciclón de Jerez. «Tomé la alternativa en Aljeciras, en junio de 1994. Del 95 al 99 fueron los años más duros de toda mi carrera, iba toreando por los pueblos, encasillado en las corridas duras y en esas circunstancias era muy difícil despegar. Pero mi fe en Dios, la constancia, disciplina y tenacidad dieron su fruto. Era el año 99 y tras cortar una oreja logré ser anunciado en los sanfermines de ese año. Pamplona tenía que cambiar mi vida. Por fin llegó el día soñado, 11 de julio del 99. Cuando vi el ambiente en aquella plaza rugiendo como una olla a presión, supe que solo tenía dos opciones: triunfar o morir», indica.
«Le corté dos orejas a la corrida de Miura. La gloria, el delirio… y llorando de emoción salí a hombros de los pamplonistas, consumándose así mi carrera. Desde ese día entré definitivamente a todas las series importantes», agrega.
Además de la temeridad de estos hombres, el verdadero torero, debe tener muchos otros valores. «Hay que tener en cuenta que los que elijan esta profesión deben saber que está llena de alegría, de grandeza y de emoción, imposibles de sentir en cualquier otra, pero que sepan también que hay que honrarla con esfuerzo, integridad, dolor, constancia y sacrificio sobrehumano. Porque aquí se siente de verdad, se sufre de verdad y se muere de verdad», explica sabiamente.
Y las escuelas taurinas deben ser fuente de estos valores. «Las escuelas son la esperanza de la fiesta. Considero que hoy por hoy son imprescindibles en la gestación de los nuevos toreros, pero también, y no lo olvidemos, son cruciales en la formación personal y humana de todos los que se habéis iniciado en esta dura profesión. A parte de formar a toreros, las escuelas deben ser, antes que nada, fuente de valores humanos como el esfuerzo, la constancia, la educación, la lealtad y otros muchos valores éticos que deben servir para formar antes a la persona que al torero», detalla.
Esto lo demuestra con el ejemplo el gran Padilla, hombre de familia, quien se apoyó en su esposa para salir del hoyo en que se encontraba tras la cornada del toro Marqués. «Esa angustia y pena que me daba a mí mismo verme al espejo me hacían derrumbarme, pero la fuerza del ciclón comenzó a rugir otra vez a través de las tinieblas. Apoyado en Lidia, mi mujer, que ha sido un regalo del cielo, fui poco a poco saliendo de aquella oscuridad. Ella ha sido siempre el apoyo, el equilibrio y la base en la que he ido construyendo el universo de mis sueños, dentro y fuera de los ruedos. Siembre discreta, humilde, tierna y sensible, ha sido un ejemplo y la verdadera artífice de la recuperación del hombre y del torero, sin que se note siquiera», resalta emocionado.

TENACIDAD Y FE
El Ciclón de Jerez volvió a las plazas y ha triunfado en ellas, a pesar de sus limitaciones visuales y físicas. «He vivido tres temporadas llenas de emociones que jamás olvidaré. He querido volver sin querer transmitir compasión y lástima, y queriendo que se me exigiera como a los demás, porque ya en el ruedo las peleas no me las dejan ganar. He sentido el cariño, respeto y apoyo de todos los profesionales del toreo y de todos los públicos sin excepción, pero sobre todo, lo que más me ha reconfortado y por lo que más ha valido la pena mi lucha por mi recuperación es que ha servido para sobreponerse a la adversidad a muchas personas que habían perdido la fe», asevera.
«El sufrimiento es parte de la gloria. A mí me parece haber pagado parte del sufrimiento y esta gloria quisiera compartirla con todos», finaliza Juan José Padilla, un ejemplo de las decenas de toreros que como él se brindan de cuerpo de entero a un arte que no debe extinguirse jamás.

¡Lima, la señorial…
reina con tres coronas!
Reina a la que un virrey
zandunguero y vivaracho
puso un anillo de novio
«la plaza firme de Acho».
Bella en su sobriedad
recia en sus rombos indios
de España tiene la gracia
y del Inca, majestad.
Por sus ruedos desfilaron
dos siglos de gallardía
donde el arte se esculpió
en el mármol de la hombría.
Eres la joya preciada
de esta Lima jaranera,
que luce orgullosa en su seno
a la Plaza más torera.

(A la Plaza de Acho, Enrique Aramburú Raygada)

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*Este artículo fue publicado en la sexta edición de la revista Bunkasai (publicación del diario Perú Shimpo), en diciembre de 2014.

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