(Esta ponencia fue presentada en el Simposio Pablo Neruda: a 38 años de su muerte el 2 de diciembre del 2011 en el auditorio principal de la Derrama Magisterial)
Por
Grace Gálvez Núñez**
El título de mi
ponencia, La influencia de Neruda en la juventud peruana, se orienta a
explicar cómo el Poeta influenció en una joven peruana, en mí, y en cómo habría
influenciado también en otros jóvenes como yo; pero más aún, se orienta a
difundir entre todos los jóvenes aquí presentes el legado de este fecundo autor.
Es por ello que a
lo largo de mi exposición hablaré sobre el humanismo
de Neruda e intentaré adentrarme en sus almas para que sientan lo mismo que yo siento
cuando leo a este Poeta, que dedicó su vida entera a entregar al mundo una voz,
un grito, una caricia, un hombro: la poesía.
Yo conocí a Pablo
Neruda a los nueve años, cuando mi hermana mayor trajo a casa una tarea
escolar. Ella debía recitar el Poema 20 y practicó tanto conmigo, que yo
también me lo aprendí de memoria.
«Puedo escribir los versos más tristes esta noche…». Y más adelante: «es tan corto el amor y es tan largo el
olvido…». ¿Cómo va a ser tan corto el amor y tan largo el olvido? Estos
versos penetraron tanto mi corazón y llenaron de preguntas mi cabeza.
Entonces me dije a
mí misma, si hay un Poema 20, deben haber otros 19 y me empeciné en obtenerlos.
Este fue el primer libro de Neruda que obtuve, costó un sol y
algunos poemas están incompletos. No importó. Empecé a leerlos uno a uno. Y
comencé: «Cuerpo de mujer / blancas
colinas / muslos blancos / te pareces al mundo en tu actitud de entrega / mi
cuerpo de labriego salvaje te socava / y hace saltar al hijo del fondo de la
tierra…». ¿Qué es labriego?, ¿qué
es socava? Este libro aún tiene estas
y otras palabras marcadas que luego busqué en el diccionario.
Y seguí y finalicé
con la «Canción desesperada». ¡Cuánto amor! ¡Cuánto desamor! He leído tantas
veces ese libro y se sigue manteniendo fresco.
Así fue mi inicio.
A partir de allí quería leer más de él, de Neruda. Así me encontré luego con los
libros Cien sonetos de amor y Los versos del Capitán y sus poemas «La
reina», «Bella», «Tus pies», «Tu risa»:
Quítame el pan si quieres,
quítame el aire,
pero no me quites tu risa.
No me quites la rosa,
la lanza que desgranas,
el agua que de pronto estalla en tu alegría,
la repentina ola de planta que te nace.
Mi lucha es dura
y vuelvo con los ojos cansados a veces de haber visto
la tierra que no cambia, pero al entrar tu risa sube al cielo buscándome
y abre para mí las puertas de la vida.
Amor mío, en la hora más oscura desgrana tu risa,
y si de pronto ves que mi sangre mancha las piedras de
la calle, ríe,
porque tu risa será para mis manos como una espada
fresca.
Me encontré aquí
con un Neruda que ya no sólo cantaba a la amada para expresar su amor y su
pasión, sino que mezclaba ambos sentimientos con la lucha, una lucha que yo aún
no comprendía.
¿Quién era esa
mujer que provocaba en el Poeta la inspiración y la fuerza para seguir
luchando? ¿Qué guerras libraba y contra quién peleaba? Resolví que para
responder a mis preguntas, debía leer su autobiografía a la que tan
certeramente tituló Confieso que he
vivido.
Y me lo confesó todo.
Era Matilde, Matilde Urrutia, la musa de aquellos versos, su más grande amor,
la mujer que acompañó a Neruda los últimos 24 años de su vida, desde 1949 hasta
1973, y que inclusive lo sobrevivió para seguir luchando por doce años más.
¿Y cuál era la lucha?
Desde que Neruda nació, amó a la naturaleza, a cada insecto, a cada planta, a
cada mineral, y así a cada hombre y a cada mujer sobre la Tierra. Es por ello
que su poesía estuvo al servicio de todos nosotros: fue un pañuelo para las
gentes que sufren y fue un arma para las gentes que luchan. Neruda combatió
cual soldado durante la Guerra Civil Española con su libro España en el corazón, Neruda cantó a la revolución Cubana con su
libro Canción de Gesta, Neruda
denunció las guerras y a los dictadores en sus decenas de libros y en sus
innumerables poemas.
Y, como
consecuencia de ese compromiso con su pueblo, el Poeta escribió en sus Memorias
lo siguiente [cito]: «A fines de 1943,
cuando volví a Santiago, vi que el país no había cambiado. Campos y aldeas
dormidas, pobreza terrible de las regiones mineras y la gente elegante llenando
su Country Club. Había que decidirse. Mi decisión me causó persecuciones y
minutos estelares» [fin de la cita]. Y lo decidió: se hizo militante del Partido
Comunista de Chile.
Así lo detalla él
mismo en su autobiografía [cito]: «He
llegado a través de una dura lección de estética y de búsqueda, a través de los
laberintos de la palabra escrita, a ser poeta de mi pueblo. Mi premio es ese,
no los libros y los poemas traducidos o los libros escritos para describir o
disecar mis palabras. Mi premio es ese momento grave de mi vida cuando en el
fondo del carbón de Lota, a pleno sol en la calichera abrasada, desde el
socavón del pique ha subido un hombre como si ascendiera desde el infierno, con
los ojos enrojecidos por el polvo y, alargándome la mano endurecida, esa mano
que lleva el mapa de la pampa en sus durezas y en sus arrugas, me ha dicho, con
ojos brillantes “te conocía desde hace mucho tiempo, hermano”. Ese laurel de mi
poesía, ese agujero en la pampa terrible, de donde sale un obrero a quien el
viento y la noche y las estrellas de Chile le han dicho muchas veces: “no estás
solo; hay un poeta que piensa en tus dolores”. Ingresé al Partido Comunista de
Chile el 15 de julio de 1945» [fin de la cita].
Se trataba
entonces de un poeta que ya no es dueño de su poesía, pues su poesía le
pertenece al pueblo. De un poeta dedicado a escribir sobre las injusticias,
sobre la pobreza, sobre la miseria. Un poeta que reclama, que denuncia. Un poeta
que habla de los olvidados: de los mineros, de los carniceros, de los barberos,
de los agricultores. Y de un poeta que tuvo que enfrentarse, a causa de todo
ello, a la persecución política, al destierro y a la muerte.
Y bien se lo
advirtió a Matilde desde el principio de su relación, en el poema «El amor del
soldado»:
Y ahora a mi lado caminando
ves que conmigo va la vida y que detrás está la
muerte.
Ya no puedes volver a bailar con tu traje de seda en
la sala.
Te vas a romper los zapatos,
pero vas a crecer en la marcha.
Tienes que andar sobre las espinas dejando gotitas de
sangre.
Bésame de nuevo, querida.
Limpia ese fusil, camarada.
Cómo no aprender
entonces de sus palabras, cómo no dejarme influenciar por esa sensibilidad por
todos los dolores del mundo, por ese amor por cada ser humano terrestre.
Gracias a la
poesía de Pablo Neruda pude conocer los horrores cometidos durante la Guerra
Civil Española, gracias a él, conocí la historia de América a través de la
grandiosa epopeya llamada Canto General
y al libro Las uvas y el viento.
Gracias a su poesía siento la fuerza para siempre mantener mi voz de protesta.
Y dentro de mí,
escucho este poema siempre. Este poema que no me deja olvidar que este mundo es
de todos: mío, tuyo, suyo, de nosotros. Este poema se llama «El barco»:
Pero si ya pagamos nuestros pasajes en este mundo
¿por qué, por qué no nos dejan sentarnos y comer?
Queremos mirar las nubes,
queremos tomar el sol y oler la sal,
francamente no se trata de molestar a nadie,
es tan sencillo: somos pasajeros.
Todos vamos pasando y el tiempo con nosotros:
pasa el mar, se despide la rosa,
pasa la tierra por la sombra y por la luz,
y ustedes y nosotros pasamos, pasajeros.
¿Entonces qué les pasa?
¿por qué andan tan furiosos?
¿a quién andan buscando con revólver?
Nosotros no sabíamos
que todo lo tenían ocupado,
las copas, los asientos,
las camas, los espejos,
el mar, el vino, el cielo.
Ahora resulta
que no tenemos mesa.
No puede ser, pensamos.
No pueden convencernos.
Estaba oscuro cuando llegamos al barco.
Estábamos desnudos.
Todos llegábamos del mismo sitio,
Todos veníamos de mujer y de hombre.
Todos tuvimos hambre y pronto dientes.
A todos nos crecieron las manos y los ojos
para trabajar y desear lo que existe.
Y ahora nos salen con que no podemos,
que no hay sitio en el barco,
no quieren saludarnos,
no quieren jugar con nosotros.
¿Por qué tantas ventajas para ustedes?
¿quién les dio la cuchara cuando no habían nacido?
Aquí no están contentos,
así no andan las cosas.
No me gusta en el viaje
hallar, en los rincones, la tristeza,
los ojos sin amor o la boca con hambre.
No hay ropa para este creciente otoño
y menos, menos para el próximo invierno.
Y sin zapatos ¿cómo vamos a dar la vuelta al mundo,
a tanta piedra en los caminos?
Sin mesa ¿dónde vamos a comer,
dónde nos sentaremos si no tenemos silla?
Si es una broma triste, decídanse, señores,
a terminarla pronto,
a hablar en serio ahora.
Después el mar es duro.
Y llueve sangre.
Queridos amigos,
yo, a mis 26 años, no he perdido la esperanza. La esperanza es algo que me nace
cada vez que leo los versos de Neruda, porque si bien allí encuentro denuncia,
también encuentro a un hombre como nosotros, a un hombre que se preocupó, que
lloró como nosotros, pero no se rindió, sino que su vida fue un combate
constante contra la injusticia y el desamor. Si él pudo, nosotros también.
A todos ustedes me
dirijo: lean a Neruda y recobrarán la esperanza, lean a Neruda y querrán
levantarse y hacer, lean a Neruda y querrán escribir poesía y por lo tanto
desplegar belleza, que tanta falta nos hace. Yo creo que así lograremos algo,
un pequeño cambio al menos y habremos aportado a este mundo. Y como dijo el
Poeta: «Y cuando esté recién lavado el
mundo / nacerán otros ojos en el agua / y crecerá sin lágrimas el trigo».
Lima, 2 de diciembre del 2011
*El título original de la ponencia fue La influencia de Neruda en la juventud peruana.
**Licenciada en Periodismo y estudiante de Lingüística
de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Es Responsable de Prensa,
Difusión y Comunicaciones de la Asociación Una Biblioteca para mi Pueblo.
Nerudiana de corazón. Es una joven coleccionista de las primeras ediciones de
los libros de Neruda y de todo lo que se escribe sobre él. Durante el 2011 hizo su
primer recorrido por las tres casas de Pablo Neruda en Chile: La Sebastiana, La
Chascona e Isla Negra, y se entrevistó con personajes que conocieron al Poeta.
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