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17 de febrero de 2011

Viaje al corazón de Neruda I


Neruda y El Abuelo:
Los fascinantes gustos del poeta
(Parte 1)
Por Grace Gálvez

Existen dos lugares en Valparaíso que todo nerudiano debe visitar para conocer más a Pablo Neruda: La Sebastiana y El Abuelo.
Luego de caminar cuadras enteras por la calle Independencia, hallé finalmente la tienda de antigüedades “El Abuelo” y nada más y nada menos que a su facundo dueño, don Pablo Eltesch Mihoevic, quien me concedió una exquisita entrevista con un sinnúmero de anécdotas de cuando Pablo Neruda visitaba su establecimiento.
Con más de medio siglo de existencia (1960 – 2011), “El Abuelo” fue declarado Patrimonio Intangible de Valparaíso y galardonado con la Medalla Bicentenario de la ciudad puerto el 2010. Aquí la conversación concedida a Política&Viajes.

¿Con cuánta frecuencia venía Neruda?
El negocio se instaló en 1960 y un par de años después Neruda empezó a venir, hasta que murió en 1973. No vino una ni dos veces, sino cien veces.

¿Qué objetos solía comprar?
Todos los objetos que se ven al fondo (en la foto): gramófonos, cajas de música, letreros enlosados, de todo. Como viajaba mucho, compraba cosas de esa época que los demás desechaban. Por ejemplo buscaba postales medio eróticas que tiene en Isla Negra (una de sus tres casas).
Si revisa las casas con detención se fijará todo lo que le digo. La gente buscaba muebles Luis XV, Luis XVI, muebles dorados, de caoba. Él no. Él quería sillas de barcos, faroles, muñecos. Eso era para él importantísimo. Tenía cosas que yo querría tener.

¿Qué anécdotas recuerda?
Después de que Neruda ganó el Premio Nobel vino al negocio a saludarnos, ya estaba un poco cojo por su problema con la próstata, y nos pidió el teléfono prestado. Dijo: «hola cómo estás, esta es mi primera visita a Valparaíso, adivina dónde estoy… en “El Abuelo” pues hombre». Es decir, en la primera visita que hizo a Valparaíso, de frente vino aquí.
Un tiempo después, mi papá compró un molinillo de café enorme de fierro, con ruedas, el único que he visto en 50 años en el negocio, y Neruda lo quiso comprar. Hizo una oferta y mi papá se negó porque lo quería tener en la entrada como símbolo del negocio.
Horas después, María Mather (la artista que hacía mosaicos para Neruda) vino a hablar con mi papá y le dijo: «déle el último gusto al poeta que está muy mal, véndale el molino». A mi papá le dio no sé qué, pescamos el molinillo, lo echamos al auto y se lo llevamos a Isla Negra. Ahora está en el bar.

Observé muchos cuadros de sandías en La Chascona (una de las tres casas de Neruda)
Sí. Un día Neruda fue a la casa de mi papá y observó un cuadro enorme. Era una sandía, pero la sandía era irreal, como que la habían botado y se había caído al suelo y el corazón de la sandía, la mejor parte, estaba como sobresaliente del pedazo más grande. Era de un autor chileno desconocido en esa época. Veías la sandía y querías comer sandía. Entonces Neruda empezó: «tocayo véndamela». Ahora está en La Chascona.
Había otro cuadro de otro pintor chileno y tampoco la vendía. La sandía era el orgullo de mi casa, la puso en un lugar preferencial y Neruda empezó a molestar que se la vendiéramos hasta que llegó con una chiva, una mentirilla: «lo que pasa es que me acaban de nombrar embajador en Paris y yo quiero llevar este cuadro a Francia para que vean cómo pintamos los chilenos» e hizo una oferta muy buena. Al final convenció a mi papá. Y fue divertido porque una semana después le dieron un almuerzo de despedida y le dijo a mi papá: «tocayo por favor vaya al hotel Miramar para pagarle». Fuimos mi mamá, mi papá y yo. Llegamos y le hizo el cheque inmediatamente.
Hay gente que dice que Neruda no pagaba, es mentira, fue el más correcto que hay. Nunca tuvimos un mínimo problema con él.

¿Nunca hubo algún impasse?
Yo me enojé con él. El año sesenta y tantos había un programa de un periodista comunista como a las 9 de la noche los domingos. Este tipo hizo un parangón entre Neruda y (Oswaldo) Guayasamín, y dijo que Guayasamín en su pintura decía lo mismo que Neruda en su poesía.
Al día siguiente llegó Neruda y yo con la mejor intención le dije: «don Pablo ayer escuché a Mario Gómez López y dijo esto». Neruda me empezó a retar (resondrar): «¡cómo es posible que digas eso!». Yo le dije: «don Pablo lo siento, pero yo no he dicho nada, yo ni ubico a Guayasamín».
Luego vino el terremoto del 65 y nos trasladamos de local. Venía Neruda y yo ni lo miraba, me escondía, me iba al baño. Estaba enojado. Hasta que a la tercera o cuarta vez yo estaba parado aquí conversando con un amigo y él se acercó a mí y me vino a saludar. Allí se me acabó el enojo. Yo tenía como 25 años.

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